domingo, 24 de junio de 2012

Exterminio


El sol del día apenas mitiga la sensación. Es una pacífica explanada verde, ancha, un claro entre árboles rodeado por espinas. Desde fuera, Sttuthoff (ahora sito en el pueblo polaco de Sztuwowo) se intuye como un parque temático. Una exposición sobre la muerte. Pero es algo más. Un campo de concentración, donde estuvieron presos más de 100.000 rusos y polacos entre el 39 y el 45 (ver wikipedia, si hay interés por datos), y de donde no salieron la mitad, ni vivos ni muertos. Allí no se mataba gente, se hacía desaparecer, en esas cámaras donde los metían engañados para expurgarlos, y acababan sus días gaseados. De ahí, a eso que parecen hornos pero eran liquidadores de vidas, vuelta al polvo por la vía rápida de cuerpos a granel.
No voy a insistir lo que ya conocemos (La lista de Schindler hizo mucho), y que tiene tantas y tantas revueltas. Sí en algo que me da vueltas en la cabeza desde que me contaron que habia un campo de exterminio nazi cerca de nuestra casa en Polonia. ¿En qué mente humana cabe tal crueldad? ¿Qué cabeza pensante, encima del cuello de un homínido, tiene la ocurrencia de hacer jabón con los restos mortales de semejantes? ¿Cómo es capaz tanta gente de ser cómplice engañado de tanta brutalidad? Si uno lo pensó, muchos ejecutaron. Convivían con esqueletos andantes a diario, los maltrataban, los dejaban pasar frío, los alimentaban con dos cafés aguados, dos mendrugos y una sopa al día, los apaleaban, les enchufaban una jeringa mortal en el pecho si a los pocos días de enfermar no había mejora...

Si eso es la guerra, afortunados que convivimos con la prima de riesgo, el fondo de rescate, un euro más o menos por el tabaco el que fume o la cervecita el que la quiera, la ausencia del güirfi, una derrota en semis jugando con nueve, o sin nueve... Es tiempo de pensar que no importa un Tiguan más o menos, que vivir cerca de la playa es un privilegio, que hay que disfrutar las pequeñas alegrías del día a día (recibimos ahora en Polonia la triste noticia de la muerte del futbolista Miki Roqué, con veintitrés años, tras una fugaz y mortal enfermedad), que caminar media hora para ir a la compra no es un drama, que la Play no es la vida para el niño, que las sonrisas son gratis, que si hay zapatos cómodos de cincuenta euros es inmoral gastarse seiscientos en los botines, aunque brillen, que es más guay si hablamos el mismo idioma, y nos entendemos.

Hablando de idioma, y por no abusar de ñoñería, contaré cómo fue el paseo a Sttuthoff. El tasista, ni papa de inglés, salvo para decir Naik, que era la marca de su gorra perenne. Nosotros, ni papa de polaco, claro (no confundir papa con Papa. Aquí Woytila es santo). Le explican dónde vamos, a cien kilómetros, y a los treinta se está perdiendo, el hombre, plano en mano (el GPS si es útil, los zapatos brillantes no, pero el GPS es un gran invento, barato). Para consultarlo, se cambia las gafas de conducir por las de leer, sin parar de conducir, por vías de doble sentido donde para adelantar uno se coloca sobre la linea discontinua y los que van y vienen se echan al arcén. El señor abuelo tasista se pierde, saco el ipad, (¿ha aceptado la RAE el vocablo? ¿O sólo tuit?), tiro del gugelmá (que invento, otro). Le indico, me pega un manotazo al ipad. Sigue perdido. Le digo: "go, go, go". Y le indico que recto. Se da cuenta de que sé llevarlo con mi máquina infernal. Conseguimos hacerle entender que si va bien es "okey, okey" y si va mal, "no, no, no". Y así, dos horas después, llegamos a destino y el señor sabe usar el índice para consultar el ipad. Tiro del gugeltraductor y le escribo en polaco: "Espere aquí. Tardamos una hora. No se vaya, por favor", que es "Zaczekaj tutaj. Zajęło godzinę. Nie odchodź, proszę". Lo lee extrañado, sonríe, y "okey, okey". La vuelta, en hora y media. Pole como Alonso (Fernando, no Xabi). Y seguimos vivitos. Oleeeeeeeee!!!!

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