jueves, 26 de mayo de 2011

"Una de las siete mejores vistas del mundo"

Es difícil ponerle palabras a las sensaciones que uno experimenta en presencia del Perito Moreno, o de los lagos preandinos de Bariloche. Es difícil, si no eres argentino. Lo venden muy bien, muy intenso, insistentes, decididos comerciantes de las maravillas que se esconden entre millones de kilometros cuadrados de pais.

Pisar el Perito Moreno, calzarte unos crampones y caminar sobre toneladas de hielo solo es superable por la suerte de avistar un desprendimiento en la punta del glaciar, ver como tras el hundimiento, crece una ola que hace subir el nivel del lago un palmo. Y todo en cuestión de segundos. El glaciar atrona desde sus entrañas, con cada bloque de hielo que avanza hacia el lago Argentina. Tomar el bocadillo, aunque sea de pan duro, sentado a una mesa en el bosque, hipnotizado por el lugar, te genera emociones únicas. Luego, cuando te llevan a las pasarelas desde donde tienes la panorámica para las postales, remiras el Perito sin ansiedad, sin necesidad de encontrar una foto que te acerque lo más posible a la lengua de la masa de hielo.
El Perito es único. Habíamos empezado fuerte en Tierra de Fuego y el Beagle, en Ushuaia, pero el Calafate nos descubrió la estepa argentina, un lugar donde vive un habitante por kilómetro cuadrado. El Moreno no es el glaciar más grande, pero si el más accesible, un cascote de hielo del tamaño de Buenos Aires. Primero vino el Perito y luego Calafate, un pueblito que crece del negocio que encontraron unos extranjos hace un siglo.

En el trekking sobre el hielo te enseñan a no patinar caminando con los crampones, te llevan entre grietas sin fondo, por caminitos hechos para el turista. Subés, bajás, disfrutas de los colores del hielo, te sientes explorador, aventurero; y al final te meten en una cueva de hielo, una cueva que sos un privilegiado en contemplar, se hizo resien hase unos dias y se la llevará el hielo, claro, en cuanto pasemos; y te rematan de sorpresas cuando te invitan a un licor con cubitos picados del glaciar, y un alfajor o dos, que te saben a gloria.




De salida del Calafate, tienes la intuición de que nada de lo que queda en el viaje te podrá sorprender. Hasta que en Bariloche te suben al Cerro Campanario y contemplas otro capricho de la naturaleza, los lagos Nauhel Huapi y Moreno, sobre los cerros que anticipan el camino de los Andes hacia Chile. El mejunje de lagos, colinas y bosques de arboles centenarios con la bruma y el amanecer, componen una imagen de ensueño. Promocionan el lugar como "una de las siete mejores vistas del mundo". Personalmente, no tengo criterio para decir tanto, aunque el sitio es de abrir la boca y pasmarse. Te cuentan del volcán Tronador, te venden aceites y cremas únicas de Rosa Mosqueta, cosecha de la zona; y te acercan a rodear el Llao Llao, un bonito hotel sin más, que despierta interés solo cuando te recuerdan que en sus salones, nuestro Rey le dijo a Chávez aquello de "por qué no te callas". San carlos de Bariloche es una ciudad suiza, italiana, alemana, referencia para los esquiadores de toda Sudamérica. El cordero patagónico, que me va a salir por las orejas, se junta en las cartas con fondues de queso o chocolate, y cerveza artesanal o vino de Mendoza, el Malbec, otra vez.




Antes de encarar el remate a nuestro viaje, con Iguazu y Buenos Aires, uno deja atrás la idea de que ha vivido experiencias únicas. La convivencia de "los compatriotas de los de la plaza de los indignados" con los argentinos me dejan curiosidades, lo diremos. Otro dia las cuento. Ah, un tema final: aquí también piensan que en España se está viendo el mejor fútbol de la historia. Y cuando el argentino habla de fútbol, da la sensacion de que se olvida por un rato de hacerte goles. Desde el cariño. Listo.

El fin del mundo, el principio de todo



En la Argentina, todo es sí pero no, o no pero sí. A bote pronto, de primeras. El melodrama es estado nacional, aunque éste es tema para otro día. Ayer fue el día de la patria, y Cristina Fernández, que se ha quitado el Kirchner del nombre de batalla, arengaba a la nación a lo Evita, "en un mundo que se va a pique".



Hoy arrancamos el día desde Ushuaia, la ciudad más al sur del planeta, dicen. Territorio carcelario, lugar rudo, de extremos, en un huequito entre un revoltijo de mares, aguas, montañas, ríos, nieves y soles. Donde te venden el pescado aunque les cuesta salirse del bife. Lugar de paso y reflexión para Darwin y Julio Verne, que le dedicó un cuento al Faro del fin del mundo, en el Beagle. Terreno de siembra para aventureros y descubridores: frío, húmedo, inóspito, virgen, grande, en una isla argentina rodeada de Chile por todos lados.

Con Chile no hay buen rollito, me da. Los mandatarios se dividieron la zona en su día y pusieron un paralelo a separar naciones. El resultado es que el Canal Beagle es chileno en una orilla y argentino en la otra, y sus aguas son pacíficas, aunque los argentinos se declaren ubicado en el Atlántico. Agria pólémica ésta, en la que no seguiré profundizando, de momento.

Hacia el interior, descubrimos el Parque Nacional de Tierra de Fuego, el lago Roca (que en su parte chilena se llama de otro modo), el río Pipo, el tren de los presos, los caballos salvajes, los sandwiches de centollo, el chocolate Home made. Hacia el mar (de aguas del Pacífico), las islas del Beagle, la barrera natural que es la Isla Navarino, que separa el Beagle del Cabo de Hornos. La Antártida está a mil kilómetros (ná y menos). El Polo Sur, a tres mil. Surcando esas aguas del Pacífico, encontramos leones marinos en libertad, focas juguetonas que se divierten con la estela del catamarán, y transmiten felicidad de un modo extraño, cormoranes (pingüinos que vuelan) ruidosos, un laberinto de islas al que un señor de nombre Bridges llegó un día y le puso los nombres de sus familiares, esposa e hijos. Tan ancho se quedó. Uno, que no filtra, intenta ponerse en el papel de los señores navegantes que hace quinientos años llegaban a la zona después de meses de navegación, y provistos de un gepeese mental y una cascarría de madera, decidían si iban por uno u otro lado. La decisión les llevaba a la historia, los mapas y los libros de texto. O a la muerte y el olvido. ¿Cuantos


Magallanes navegaron por estas aguas, del Pacífico, hasta que don Fernando triunfó y vivió para contarlo?

En estos lugares que tocas unas vez en la vida, que te llevan al límite propio, yo siempre llego a la misma contradicción: qué grandes y qué pequeños somos a la vez. El aire fueguino da vida. Y ahora pal norte, al Perito Moreno.




P.D.: me da la sensación de que les apetece a los argentinos poco hablar de fútbol, al menos con los españoles. Yo, por si acaso, saco pecho. Sí, señor.

viernes, 20 de mayo de 2011

Cuando levantemos los iglús...

Creo que os lo decía ayer. No me gusta el pancarteo. Creo más en el movimiento que en la manifestación. Esta moda de gestos que se quedan vacíos en ná y menos me inquieta. Me eché a la calle el 12 de marzo de 2004, y lo hice por susto, por miedo, por rabia, por incertidumbre. Nunca mais, que yo recuerde.

Y es, básicamente, porque me pone de los nervios que alguien me trate de imponer su pensamiento único, que alguien decida por mí qué es correcto, qué está bien y qué no. Era fan del “Richal” en Siete Vidas, pero su dueño me cae gordísimo (me dicen que, por supuesto, anda por Sol estos días). Al margen de las ideas, sin entrar en los fondos ni en la razones. No aguanto a los Bardem doctrinales de la vida, la política, el fútbol, como tampoco a los Foros por la vida, la familia, la protección del pato congoleño,… que se quieran adueñar de ideas que no tienen colores ni siglas.

Claro que estoy preocupado por la situación del país, por los temblores del mundo, por el paro, por la deriva incierta que se intuye, por el recorte real de libertades, dentro y fuera. En este país, si hablas contra lo que manda, te la juegas (hemos avanzado poco, en este temita). Estoy preocupado por el promovido camino hacia el Analfabetismo Real que transitan los niños y niñas, los jóvenes y las jóvenas. Me asusta que algunos, unos cuantos, vayan a Sol sin saber a qué, por qué, que vean en el kilómetro cero una placa que habla de los héroes del 2 de mayo y crean que es un homenaje a los que montan botellones en otra Plaza más al norte.

Estos días, por lo que he leído, pedimos cambios en la ley de partidos, cambios en el sistema electoral (que levante la mano quien sepa qué es D’Hont, cómo funciona, por qué se optó por éste), la nacionalización de los bancos,… Me parece estupendo que pidamos lo que queramos. Somos libres de pedir. A mí, sin una opinión formada, me gustaría saber, a continuación, si la alternativa al inválido sistema político que nos ha costado estabilizar treinta años es un federalismo al estilo Alemania, un presidencialismo al estilo Yuesei, una mezcla de todo al estilo Francia, un sistema único como el de Suiza, el comunismo de Cuba o el látigoyarrozparatodosismo de la primera potencia económica mundial y futura mecenas del planeta… (tirando de mis apuntes de Instituciones Jurídico-Políticas Contemporáneas).

Tampoco sé si el fervor popular lo hemos aprovechado para armar una propuesta real en forma de iniciativa legislativa popular, que es un instrumento que nos da a los ciudadanos nuestro ordenamiento jurídico para poner sobre la mesa asuntos o propuestas que nos interesen (vale que no sirve para las leyes de base, en la Constitución, o en su parte de libertades, derechos fundamentales, etc… Pero podíamos empezar por ahí, si somos suficientes, claro).

Estos días condenamos dictaduras, dejamos de ver un ratito a nuestros ídolos discotequeros del Gran Hermano para gritar "televisión, manipulación", olvidamos nuestra historia, sentenciamos monarquías y creemos haber recogido el testigo de los hermanos egipcios (a mi me da que, modestamente, no es aquel nuestro caso, afortunados), pero no acometemos la tarea real de decidir si queremos una república como la de principios del siglo XX, o un festival de alianzas, partidos y siglas como la de aquellos años que el bipartidismo se fue a pique (no Piqué, que no hablo de fútbol). ¿Queremos aquello, que funcionó tan bien, o queremos algo distinto?

Y así podría seguir, preguntándome qué queremos, o qué quieren y cómo proponen guiarnos hasta un nuevo mundo feliz, en concreto, los que piden, acampan y obligan a una interpretación “laxa” de las leyes (oportuna y lógica en este caso, pero veremos si en otros también) para evitar males mayores, espero, a pesar de lo que está obligado a decir por ley la Junta Electoral.

Conste que, como toque de atención a todos, en general, el gesto me parece relevante, aunque no tengo ninguna fe en que cale a medio plazo. Por eso, cuando acaben las concentraciones, y votemos (votéis), ganen unos u otros, yo me preguntaría, e intentaría que todos los manifestantes se preguntaran: “¿Qué hago yo, además de manifestarme, por hacer que las cosas mejoren? ¿Cómo intento ser mejor ciudadano, mejor convecino, mejor profesional,…?”. Personalmente, me suelo decir a mí mismo que la revolución nace del compromiso individual de las personas, de los jóvenes que atienden a los mayores, de los mayores que enseñan a los jóvenes, de todos los que quieren aprender día a día, y hacer cosas en su pequeño o gran universo. O al menos, intentarlo. Construir, crear, gritar a algo.

Me estoy re-leyendo y me estoy asustando, así que no diré mucho más. Solo una cosa, o dos: que me perdonen los que se sientan injustamente incluidos en esta generalización. Y acabo: si vamos por la vía de acción única de los grupos sociales, las iniciativas cibernéticas, las quedadas tuiteras, los gestos, los gritos, las pancartas, los lemas chorras, la pataleta y las sentadas y acampadas en iglús de Quechua, los desafíos y el yo, no a todo, hasta que venga otro a arreglar nuestros problemas, mal vamos (la Vida Real no está en el feisbú. La vida comienza cuando cerramos nuestro perfil). Parezco un señor mayor y quejica. A lo mejor lo soy. Pero este finde, la Puerta del Sol no me pilla de paso: tengo que seguir con la mejora de mi inglés, y un par de libros que leer, un partido internacional amistoso de niños que montar, varias noticias que escribir, y una maleta que hacer. Vamos, Argentina!!!!!!!

lunes, 10 de enero de 2011

El pie de oro

Vuelta la burra al trigo. Sí. ¿Y qué? Uno es de ideas fijas, mientras nadie desmuestre lo contrario. Estas Navidades he visto imágenes espeluznantes en los resúmenes anuales, de esas que uno se pierde cuando anda con la maleta a cuestas, de un lado pa otro, ganando Mundiales y esas cosas.

La más impactante, para mí, es la toma trasera del mano a mano entre Robben e Iker, en la final del Soccer City (la Ciudad del Fútbol de Joburg), cuando corría el sesenta y uno, creo. Ha dicho Casillas que cuando vio que el holandés le encaraba solito, su vida se convirtió en un eterno episodio de Oliver y Benji; los segundos, tres o cuatro, se le hicieron infinitos… Aguantó, aguantó, con los pies fijos al suelo como les enseña a los porteros jóvenes en Valdebebas, y se venció a su izquierda en el momento clave, intentando tapar todo el hueco posible. Fue entonces cuando el denostado Jabulani, de oro, como el pie de Casillas, rozó la bota derecha del gran capitán. Fue una caricia, un soplido, un susurro, un roce suavito pero histórico. Iker ganó en ese instante el Mundial, aunque levantara la Copa una hora más tarde.

No le van a dar el Balón de Oro (no entiendo por qué, si en 2006 se lo dieron a Cannavaro, ahora ni siquiera lo incluyen entre los finalistas). Y como no le van a poner nunca el cartel de “Mejor jugador del Mundo”, lo de “Mejor portero del Mundo” se le queda corto, el “Guante de Oro” ya lo tiene y no podemos canonizarlo porque ya hemos machacado lo de “San Iker”, yo propondré embalsamarlo, completito, y exhibirlo en Móstoles, o en el pueblo abulense, donde tiene sus colegas de la Mahou.

En Johannesburgo, el 11/07/2010 fue con su pie derecho, ya inmortal, al que habría que idolatrar de por vida, hacerle réplicas y montarle una ermita, o un santuario, un algo donde reverenciarlo. Pero antes, en los diez o doce años que el chico lleva intentando demostrar que es el mejor en esto del fútbol, han sido dedos como los de la Eurocopa 2008, o rodillas y cuerpos como los de la Novena con su club. Paradas y paradas, decisivas, únicas, definitivas, que han decantado las finales, los partidos hacia su Real Madrid o nuestra España, tanto como lo hicieron los goles de sus galácticos, o de los chicos de la Magia Roja. El capitán, oh capitán, mi capitán, no se merece el Balón de Oro. El hombre que ha levantado la Euro y la Copa del Mundo en dos años, que ha ganado no sé cuantas ligas y otras tantas Copas de Europa, no se lo merece. ¿Por qué? Que alguien me lo explique, plis. Y ya de paso, yo voto por Xavi, que es el otro genio discreto del fútbol español, hasta que en dos o tres años le releve Iniesta, San Andrés de Soweto.