viernes, 1 de octubre de 2010

La cagaste, Burtlancaster...


No sé por qué le creo, pero supongo que le creo, aunque a estas alturas de la peli, no pongo la mano en el fuego ni por Alberto ni por casi, casi nadie, en esto del deporte. Pero bueno, le creo. Y si aceptamos que le creo, que le creo por vagancia, quizá, no puedo más que repensar: "vaya cagada del colega".

Resulta que yo, simple cronista mortal, me he tirao un mes en Sudáfrica y otro en Trinidad sin Tobago cepillándome los dientes con agua embotellada, he visto cómo el doc de las niñas de bronce del fútbol español controlaba con mimo su alimentación, he retirado de sus mesas jarras de agua con hielo desconocido que les plantaron porque alguien se olvidó de las botellitas precintadas del agua de la marca de Coca-Cola, que es la que regalaba la FIFA... Sin estar en la élite, he soportado los sinsabores de la precaución: por evitar lo que Alberto afirma es una contaminación alimenticia. Sé lo que es el control exhaustivo de su alimentación, sus hábitos, su vida...porque se la he escuchado con indignación, entre otros, a muchos ciclistas como Alberto, a los que una ley de una Agencia que se llama la AMA les obliga a estar localizados los 365 días del año (algo que me parece atenta contra los derechos más elementales de cualquier persona, pero ése hoy no es el tema). Y ahora resulta que un tri-ganador de Tour, un ciclista de élite, un tío que se sabe en el punto de mira, con un equipo que está sosteniendo la bandera del ciclismo limpio, va y se zampa un puñetero filete de ternera sin controlar porque el médico, que novato no es, se los trae de la carnicería "Pepefiletes" y, claro, donde se ponga la carne ibérica, que se quiten los filédebef gabachos. Venga, no me j.... Alberto, no me j... por favor.

Desde el cariño, Alberto, tronco: que un día te llamé, nada más ganar tu primer Tour, y sin conocerme de te viniste al Bernabéu a que te hiciera el otro Tour, el del estadio a doce euros. Gratis. Apareciste con tu hermano Fran, te fotografiaste con tó Dios, me dedicaste un autógrafo pa mi colega de siempre José María Quintana, que es el que me enseña de ciclismo de carretera y baches, y hoy seguro que le has jodido el día; le tiraste unos penaltis a tu hermano en la hierba del estadio, para tí solito, confesaste lo sufrido de tu día a día... Yo, Alberto, soy tu incondicional a muerte, desde ese día de 2007, maldito año. Aunque luego dejaras de responder mensajes, y te hicieras del Tuiter para parecerte a Armstrong. Alberto, yo, a muerte contigo.

Pero colega, los colegas como yo estamos para decir lo que pensamos, y no los topicazos de la farándula circense que ahora salta a las trincheras en las portadas de los papeles esos que antes parecían periódicos: esto es un cagadón como las revueltas del Tourmalet. Déjame que no saque fanatismo patrio para confesar que si te sancionan me encadeno entre Pinto y Valdemoro. Permíteme que hoy no te mande otro mensaje más a través del Twitter, esa poderosa arma para seguidores incondicionales. Hoy no te voy a contestar, no te voy a animar. Quizá sí a Fran, que él andará tan jodido como tú, que es más hermano que socio, me da. Ayer le mandé un abrazo a Pereiro, abrazo que querría destinar a todos los ciclistas españoles que otra vez están temiendo por su puesto de trabajo, por su futuro, por su sustento. Hoy, Alberto, tú que eres culpable del renacer de este deporte, tienes una responsabilidad que no acaba cuando proclamas tu inocencia en el Telediario, ni en el Twitter, ni ante el mundo entero. Hoy, adorado Alberto, tu tristeza no me vale. Querido Contador, asume tu responsabilidad con la sencilla elegancia de los vencedores. Tienes buenos asesores, y alguno, incluso, de los que sabe de esto aunque sea sieso pa aburrir. Convendría que alguien te hubiera aconsejado que pidieras perdón, además de proclamar tu inocencia con carita del niño bueno que eres: admirado campeón, la has cagado, por el p... filete o por quien te diera el p... filete, o por quien le vendiera el p... filete al veterano y extraño inconsciente. A las duras y a las maduras, Alberto. A las duras, y a las maduras.

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